martes, junio 07, 2005

Desde el fondo del barranco

Desde el fondo del barranco


Intervención del Arq. Oswaldo Páez Barrera en la mesa redonda “ MEGAPROYECTO EL BARRANCO DE CUENCA”, en nombre del Colegio de Arquitectos del Ecuador –Azuay-, el 23 de mayo de 2003 en el Museo de Arte Moderno, manifestando su oposición al mencionado “megaproyecto”. (El presente texto ha sido reproducido por la Revista de Arquitectura TRAMA, de Ecuador, y en la página de SOS Monuments, de Barcelona.)

Señor Alcalde de la ciudad de Cuenca.
Señor Concejal y Representante de la Comisión del Centro Histórico del Municipio de Cuenca.
Señor Representante de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Cuenca.
Estimados colegas, arquitectos y arquitectas:


Primero fue la planicie con sus ríos corriendo a encontrar el amanecer.
Después los indios del guacamayo y la serpiente. Con ellos la vida se posó junto al río, listo a darles alegría y a llevarse sus penas.
Llegó Pumapungo, esplendor y maldición. Pumapungo, alianza y ruptura de sangre. Sangre que se mezcló en el barro y con otras sangres para darnos nuestra mirada y nuestras manos. Mirada que vió y sigue viendo el altozano, manos que construyeron este lugar mestizo, insomne por contemplar desde el borde esa metáfora líquida de la vida que pasa a los pies de Cuenca y por mirar desde el borde y no por casualidad, nuestro sur.
Lo indio, lo mozárabe hispano y lo castellano, están en la presencia mestiza que somos, tensión trágica que danza en el borde físico de la ciudad y en el borde cultural de Occidente.
Somos del Barranco.

(No quiero apoyarme en el lenguaje de la técnica que tan vapuleada está. Quiero apelar al lenguaje de la sensibilidad y por eso, esta misma mañana he tomado las fotografías que voy a mostrarles para que en la retina, lo concreto de la vida no sea sustituído por lo abstracto de las argumentaciones tecnocráticas.
Por favor, miremos en silencio.)

El único objetivo de mi presencia en este mesa redonda, es contribuir a la preservación y conservación de este bien cultural no renovable. Lo que diga, desearía que sea tomado como un gesto de amor a nuestra ciudad y al patrimonio de sus gentes.
El sedimento y la experiencia que ha dejado el mestizaje se plasmó también en lo urbano y arquitectónico de nuestra Cuenca.
Mucho hemos destruido, pero algo queda. Sobre todo, en esta visión que llamamos Barranco, tan espontánea y por eso mismo, tan en el aire de la libertad.
Ver El Barranco es pensar en una antiarquitectura que ha surgido no para aparentar, sino casa adentro, en el relajamiento propio de quien piensa, siente y dice las cosas para sí mismo, y que por eso mismo no se miente ni se engaña, ni se presta al espectáculo.
Por esta razón pienso que El Barranco es una clave para vernos como somos los morlacos, unas gentes que asomamos al mundo como un peculiar accidente de la historia y que, por esos extrañísimos olvidos de la muerte, aquí seguimos, riendo o llorando al borde, mientras el río no deja de pasar.
Este paisaje que hoy nos convoca no niega su ancestro indio. Masacrado, y quizás por eso mismo, sigue allí, presente en Pumapungo, mostrándonos sus huesos de piedra como dedos acusadores contra quienes les echan cemento, o como dedos que se levantan porque van a hablar y decir lo suyo.
Paisaje que tampoco olvida sus resonancias mozárabes, esas que fijadas en la retina a fuerza de convivir con el horizonte sahariano, castellano y andaluz, nunca pensaron en elevarse por sobre la línea en la cual el cielo y la tierra parece que se unen.
La fidelidad a ese perfil y la sátira a esa ilusión nos recuerdan nuestra humanidad, nuestra definitiva distancia con las alturas, nuestra soledad, y por eso también la posibilidad de nuestra radical libertad.
Sobre esta visión o paisaje a la cual he aludido, hoy se ciernen más nubarrones que bendiciones.
En palabras de la UNESCO, podría decirse que es un bien en peligro.
La amenaza viene desde esa globalización que quiere sacrificar la memoria en el altar dolarizado de las ganancias, del consumismo turístico y el espectáculo alienante.
Sus avanzadillas ya asoman como salteadores en descampado. Las negras fachadas de vidrio ya anuncian el teleférico, mientras el neón de colores anuncia la llegada del cabaret y del casino. Ya llegará la hora del galeón de plástico, del túnel del amor o de la casa de la mujer barbuda...
La creciente mancha de la nada, del no-lugar, ya han generado en Cuenca ambientes anónimos y edificaciones horrorosas para apropiarse de lo concreto y lo particular de la vida, de nuestra vida.
La empresa privada y la pública lo saludan.
El Barranco de Cuenca no necesita ser convertido en símbolo emblemático de la ciudad, como se quiere argumentar. Ya es nuestro símbolo sin necesidad de que nadie lo diga. El Barranco es un paisaje potente por su historia y por la particular espontaneidad con la cual se ha dado la luz y a la mirada. Su potencia en las almas morlacas es un factor que convoca no la identidad sino la diversidad, en el sentido de que en él se proyectan las múltiples lecturas del pasado y las diversas presencias y, también desde él, alzan el vuelo los más variados deseos.
Barranco, monumento de lo múltiple, jardín de senderos que se bifurcaban en la madrugada de mi adolescencia y que me habló de las infinitas posibilidades que nos da la vida.
Los nubarrones que han asomado y que ya se ven desde este borde cuando volteamos la cabeza al norte, vienen rápidos, parecen impulsados por las turbinas del desarrollo y del turismo.
Porque, se dice que es el turismo el fin principal que llevó a la UNESCO a declarar a ciertas urbes como Patrimonio de la Humanidad. Esta pequeña comprensión no deja de ser un malentendido que podría acarrear malas consecuencias y que por ello debe ser desvirtuado. Reducir a ésto la decisión de la UNESCO podría atraer con precisión digital a esos nubarrones para que descarguen aquí y de manera quirúrgica su lluvia ácida.
La razón por la cual la UNESCO hizo la declaratoria que nos honró se basa, debo recordarlo, sobre todo en la importancia de nuestra memoria cultural, de esa que ha configurado una herencia tangible, sensible, que alienta la esperanza de los hombres y las mujeres en la humanidad, esto es, en la libertad.
El turismo en el tiempo de la globalización, así se le ponga adjetivos honorables, es un negocio, y como tal, tiene prioridades diferentes a las culturales, ecológicas y vitales, de los pueblos del mundo. Entre ellos, nosotros.
Al respecto, recordemos las opiniones internacionales cuando en el gobierno de Febres Cordero uno de sus entusiastas ministros quiso hacer de las Galápagos un emporio hotelero “ecológico”.
¿Yo pregunto si acaso será nuestro triste destino como ciudad y como cuencanos el ser destino turístico, tal y como se deduce del documento guía con el cual se quiere fundamentar la intervención física en El Barranco?
Cuando hace algunas semanas en la primera página del diario El Comercio un titular decía que la ministra de turismo de Lucio Gutiérrez está vendiendo el país en Nueva York, yo sentí vergüenza, porque parece que ese es el vientecillo que ya sentimos en la cara ante la visión de esos nubarrones alos cuales me he referido.
Creer que estamos para deleite de los turistas es una subestimación que cada uno es libre aceptar o no, pero creer que nuestro patrimonio urbano tiene ese mismo fin, tal y como se deduce del documento MEGAPROYECTO EL BARRANCO DE CUENCA aprobado por la Municipalidad, no es, ni de lejos, el mejor homenaje a nuestros antepasados y a nuestra experiencia histórica.
Frente a esto, pensamos que lo fundamental es ser nosotros mismos, no ser como los otros y peor ser para el consumo turístico de los otros.
Estamos aquí porque el Municipio de Cuenca se ha empeñado en impulsar la intervención física en El Barranco y en sus zonas aledañas, y porque tiene ya propuestas concretas que modificarán sustancialmente el conjunto. Yo invito a sus personeros a reflexionar sobre semejante paso porque no se trata de una obra nueva cualquiera, sino de la intervención en un hecho cultural único y no renovable.
Ante la propuesta de intervenir en El Barranco pienso que debemos acogernos a las orientaciones de la UNESCO que exige a las ciudades Patrimonio de la Humanidad actuar, en cuanto a su política urbana, conforme a un Plan de Manejo de los bienes confiados a nuestro cuidado.
El Barranco, es un bien demasiado grande como para dejarlo en manos de funcionarios que mañana no estarán, o de fundaciones que se han armado a propósito de una decisión ya tomada, o de entusiasmos más o menos profesionales que quieren probar fortuna.
El Barranco, pienso que debe ser manejado preservando y cuidando sobre todo su originalidad y su autenticidad, como resultado de la educación y el consenso ciudadano, público y democrático.
Si para esto es necesario que se modifique lo programado para realizar las inversiones que quieren realizar en dicho sector, pues que se lo modifique.
Su dueña, desde siempre y para siempre, la sociedad, quizás tiene el derecho a tomarse todo el tiempo que el buen gusto y la moderación señalen para resolver sobre algo que le ha costado miles de años lograrlo.
Esta decisión, no puede estar condicionada a los informes urgentes ni perentorios de funcionarios de tesorería municipal que suelen lamentar la pérdida de las partidas no gastadas, en éste caso del 25% de no sé qué impuesto. La plata, estimados amigos, plata no más es, pero el Barranco, una vez perdido, ningún 25%, así sea del presupuesto del ejército de los Estados Unidos, podrá volverlo a comprar.
Apelo a la sensibilidad del Señor Alcalde y del Señor Concejal aquí presentes para que permitan la apertura de un período de discusiones, consultas y debates públicos sobre El Barranco, antes de pensar siquiera en ningún concurso de ideas que como en éste caso ya tienen la intencionalidad de crear las condiciones para la intervención física.
¿Qué legitimidad podemos esgrimir ante el mundo y ante nuestros hijos para echar mano a El Barranco de Cuenca?
¿Qué argumentos convincentes se han presentado a la ciudadanía y al mundo para justificar dicha intervención?
¿Qué mecanismos de consulta nacional e internacional han permitido que los cuencanos y quienes aman los bienes culturales de la humanidad se pronuncien al respecto?
Por favor, si tanto se ama al río y a El Barranco, se podría comenzar limpiando el río y sus riveras, poniendo personas que cuiden de que no se arroje basura en su cauce, quitando esos focos que en las noches crean una escenografía de película de suspenso panameña, podando el césped, dando asistencia humanitaria a los chicos abandonados que duermen bajo sus puentes, poniendo guías turísticos amables... en fin, si la municipalidad desea hacer algo por El Barranco, es cuestión de empezar por lo inmediatamente racional y aliviar su situación que en ciertos aspectos está deteriorada y amerita arreglos.
Con ese 25% del cual tanto se habla, se puede crear un fondo para ayudar a los propietarios al mantenimiento de los inmuebles del lugar. Exonérenles de impuestos, rebájenles las tarifas escandalosos de luz, agua potable y teléfono...
Por ahora, y mientras la sociedad morlaca se pronuncie, a las autoridades y a quienes tienen algún poder sobre éste bien cultural no renovable, solo les está permitido velar celosamente por su mantenimiento físico, esto es, de los elementos que le confieren originalidad y autenticidad.
Si eso logramos, será mucho más provechoso para Cuenca, que el teleférico que se nos ofrece, los reflectores de colores, las tarjetas de navidad y los anuncios de dudosas inversiones y rentabilidades.
Yo deseo que en este caso se actúe con la sensibilidad y el buen sentido a fin de no atribuirse más funciones que la cortesía y la confianza de los cuencanos ha depositado en los personeros municipales. Y yo les deseo también que nadie les recuerde como los causantes de una intervención irreparable al patrimonio urbano de la humanidad y de que sus gestiones sean en todo caso para el bien de Cuenca.
Pido que la más amplia discusión sobre el tema vaya definiendo al grupo abierto y renovable que deberá conducir este proceso.
Pido que la Municipalidad de Cuenca, abra ese espacio de discusión de manera pública, democrática y civilizada.
Pido que El Barranco vaya al foro de la ciudad y al foro de los corazones múltiples de la morlaquía, la cuencanidad y el mundo.
Muchas gracias, amigas y amigos.



OSWALDO PáEZ BARRERA. Textos varios sobre arte, crítica, arquitectura, ciudad.