viernes, diciembre 08, 2006

Cuenca y Bagdad, ciudades hermanas

Cuenca y Bagdad, ciudades hermanas

Por: Oswaldo Páez Barrera
Octubre de 2006


Hermanas en los mil y un sueños de que otra ciudad, es posible.
Si bien a nosotros todavía no nos han bombardeado, no por ello la destrucción ha dejado de hacerse presente en Cuenca y, dados los resultados, tanto valen el bombardero y los misiles, o el progreso urbanístico: unos y otros, son medios con los cuales han arrasado lo que algún día algo fue, para poner en su lugar espacios de ausencia, ausencias de espacio, en fin, solo ausencias.
Bajo el imperio de la globalización, muchos constructores han devenido en constrictores y así algunos de éstos profesen el social cristianismo, el izquierdismo democrático, la democracia cristiana, o el corchismo puro y duro, no son más que nombres paradójicos detrás de los cuales apenas alcanzan a ocultar sus camisas pardas, ante cuyo paso ordenado, la ciudad tiembla.
Caras de la misma moneda, el bombardeo y la reconstrucción de la ciudad, son altamente rentables. Bush, la Condolezza y los generales del Pentágono así lo demostraron en los días del criminal bombardeo a Bagdad: los agresores, montaron la “Oficina del Coordinador para la Reconstrucción y la Estabilización” de las “ciudades y países canallas”, que piensan bombardear... Es que así, gana el complejo militar industrial gringo, ganan las empresas constructoras, gana la muerte, gana la nada. No obstante, en este nuevo orden, el viejo argumento de que todo lo que se construye es positivo y técnicamente neutro, se ha quitado la máscara: el Banco Mundial, inversionista de tantos y tan malhadados “proyectos de desarrollo”, está financiando ahora la construcción de el muro de Cisjordania, infamia con la cual, los sionistas pretenden escapar de la Intifada y seguir cobrando por su papel de guardianes del Medio Oriente. En las otras obras grandiosas del Imperio, también “la neutralidad de la actividad constructiva”, queda denunciada, pues no alcanzan a ocultar que son grandes insultos a la humanidad y a la civilización: el congreso gringo aprobó hace unas semanas los miles de millones de dólares que se gastarán en construir un muro doble que se verá desde el espacio: dos paredones coronados de alambradas electrificadas y cámaras de vigilancia, que dejando un infinito corredor de la muerte en medio, separará gringolandia de México para evitar que los bárbaros del sur entremos a Disney... sin pagar. Pero, no solo se trata de rentabilidad, pues, el bombardeo, la reconstrucción de la ciudad, las grandes obras y demás proyectos del poder, son altamente recomendables como pedagogías del dominio y en su santa cruzada progresista contra el imperio del mal, es decir, la humanidad y el caos.
Cuenca, desde cuando nos cayó la modernidad encima, no ha dejado de sufrir la destrucción. No hay lugar hermoso de la ex ciudad, que no haya sido visitado por los constrictores y los entusiastas del progresismo capitalista. El Estado, la empresa privada de sensibilidad y las administraciones locales, han competido en el empeño de afearla. Para tal fin han contribuido ciertos profesores que han enseñado en las aulas cómo tiene que ser “la arquitectura cuencana”, y ciertos alumnos suyos, que se han comido ese cuento entero. El resto, lo han hecho los medios, quienes no han cejado en machacar aquello de que la ciudad son sus calles, balcones, tejados, adoquines y adocretos , infraestructura, coches e impuestos, apostando con esto al manejo y adecuación de las “obras”, no solo la parte gorda de los presupuestos, sino su fama de políticos cumplidores, o de arquitectos y periodistas con identidad y amor a la patria chica. El resultado, ha sido la destrucción de Cuenca y la sustitución de la misma por un entorno en el cual, los cuencanos, casi no nos reconocemos si no fuera por la memoria que aún resiste, y que, frente al cambiazo, nos permite preguntar si acaso, la ciudad no es ante todo su gente, mientras que los materiales de construcción con los que se hace el escenario, la tramoya y los decorados, solo están allí para representar la tragedia.
Si la ciudad estaría hecha solo por las cosas, se explicaría que poco o nada importen los miles y miles de cuencanos que hoy engrosan el superproletariado transnacional. Los he reconocido por ese lejano mirar, en las plazas del Génova y Barcelona, en las calles de Roma y en Los Ángeles, perdidos, quién sabe si para siempre.
Mientras tanto aquí, el culto al coche y al consumismo ha llevado a que los principales gastos del municipio se canalicen hacia mercados con facha de centros comerciales, hacia la creación de facilidades viales para malls de amigos, hacia inservibles pasos a desnivel, como el de la Chola Cuencana –que destruyó un hito simbólico popular–, o al desmantelamiento del centro de la ciudad, otrora sitio privilegiado para las relaciones de intercambio económico y cultural, todo esto, dentro de un no declarado proyecto de conseguir una Cuenca postiza para turistas, gentrificada, o para decirlo claramente, con su centro histórico manoseado a fin de proyectar el espectáculo de una Ciudad que ni ha sido ni es… aunque, quién sabe, pudiera llegar a ser en ese futuro, o tiempo en el que sueña el homóvil, o variedad de cyborg que lleva enchufados audífonos en las orejas, tartamudea en inglés y en vez de piernas, tiene ruedas.
Los ejemplos de la destrucción de Cuenca, saltan uno después de otro: Pumapungo Park y sus ruinas mejoradas, el bunker del ex Banco Central, las “ideas” que orientan la escenificación de El Barranco , la autorización para que se rellene la laguna de Viskocyl, la desidia municipal ante la fanfarria que ya arman los constrictores que esperan hacer de las 15 hectáreas del CREA, urbanizaciones y bloques de muriendas, las “mejoras” de los barrios en donde, toda esta política “de obras y no palabras” ya desterró hace tiempo a las jorgas y las formas de producción, socialización, cambio, diversión, en fin, la vida de sus vecinos. No nos admiremos entonces que cada logro de esta política, sea festejado con “noches cuencanas”, con trajes étnicos usados como disfraces, pirotecnias contratadas y brebajes metílicos gratis, que la concurrencia bebe a tragos largos exasperada por el chirrido musical de Metálica, Korn, o System of a town. “¡Viva Cuenca!” gritan entonces los constrictores, porque, evidentemente, de Cuenca, de la fue, solo queda el recuerdo.
¿Qué decir de la línea de cielo o perfil urbano de ciudad globalizada? Enormes paredones de ladrillo prefabricado ocultan el paisaje, quitan el sol e incitan al suicidio o a la depre. El Banco del Pichincha, tapa con una cortina negra esa vista que antes disfrutábamos cuando caminábamos por la calle Malo, rumbo al Barranco. (Los chicos del benigno , aman tanto a este edificio, que, cada vez que la Intifada se prende, se lo hacen saber, a pedradas). Para colmo, el único fan de Cordero el grande, acaba de coronar esta neo ciudad con una cúpula de hormigón que es una pobre reminiscencia de aquellas que con buen gusto y buena fe, evocaron el cielo. Sumemos a esto las antenas, los espantosos avisos publicitarios colocados en las avenidas, la guardia ciudadana, las clínicas donde se negocia con la salud del prójimo, los vuelos nocturnos, los buses tipo y los parqueaderos privados, el bloque, la cámara de vigilancia, el asbesto, la foto del alcalde, el cajero automático, las alarmas… y podremos ver como los no-lugares van ocupando los lugares que antes hacían de Cuenca, la ciudad de los cuencanos, la de los borrachos conocidos y entrañables. Y claro, la ciudad de los poetas.