viernes, mayo 27, 2005

Paseando por el Malecón 2000

PASEANDO POR EL MALECÓN 2000
Con el anexo: Ratas, rateros y ratones…

(Textos de crítica urbana)







1. Por invitación del movimiento Salón de Crítica Humberto Moré, gestado desde la Sección de Artes Plásticas de la CCE Núcleo del Guayas, he aceptado realizar un recorrido por el Malecón 2000 y dejar constancia de mis impresiones.

2. Conforme avanzo vienen a mi memoria dos imágenes constantes entre quienes analizaban el urbanismo en nuestra América Latina: sus puertos formando una cadena o un rosario alrededor de su cuerpo, en conveniente atadura al desarrollo del colonialismo, del capitalismo o del imperialismo y, el discurso urbano y arquitectónico moderno convertido en “estilo internacional” y en visible instrumento del dominio por medio de sus formas y funciones. Y no hubo respuesta a esto, por el contrario todo fue acomodo y por lo menos aquí, acatamiento para remachar la desigualdad y la explotación entre los hombres. Hoy eso se ha modificado, la globalización uniformiza su paisaje urbano con otras monotonías y decorados, para representar la continuación del espectáculo.
¿Hay en el Malecón 2000 otro concepto de ciudad que contraríe lo anotado? ¿Hay aquí un simbolismo urbano de esta variante del dominio moderno?

3. En la trama y en el paisaje urbano que vemos se trasluce el urbanismo productivista y alienante. Dicho urbanismo, en el caso de Guayaquil, también expresa el dominio de los pocos sobre los muchos. Los símbolos arquitectónicos del Estado y del Capital son iconos del poder capitalista y global. Los barrios opulentos un contraste afilado con los guasmos. La arquitectura de los bancos, un escupitajo al pueblo llano. El barrio de Las Peñas, que asoma allá, a lo lejos, no se complementa con este novedoso malecón: se le opone. La globalización solo acentúa estas diferencias y las polariza.

4. El viejo poder local se ha metamorfoseado y, si todavía conserva su vieja apariencia, es porque se ha articulado a las transnacionales y al tipo de mundo y de poder virtual que estos entes proyectan desde la cosmovisión de sus intereses globales. Por esta razón, en lo que otrora fueron países semicoloniales o dependientes, tanto da que hoy en día gobierne uno u otro partido: todos, “de derecha, centro o izquierda”, terminan cumpliendo los designios del FMI, del Banco Mundial, del complejo industrial y militar globalizado. Hoy, la Meca a la cual dirigen sus oraciones nuestros talibanes, ya no son los EE. UU., ni Miami es su espejito mágico, porque y a diferencia de los nefastos días del imperialismo, la globalización desterritorializa el dominio, lo atomiza y lo convierte en una relación, en una fe cuyo único dios son las “utilidades” y en cuyo altar sacrifica hombres, mujeres y niños de aquí hasta la cochinchina.
La globalización crea no-lugares, solo espacios de ausencia y de muerte donde ya no se es ni se está, si no es a cambio de ser rentable, y dócil, estar de paso o en fuga. Esta variante del poder, como ninguna de las conocidas, tampoco nos representa, está para velar por los negocios multinacionales ya sea vestida de guayabera, corbata o traje de combate. Me refiero al mismo poder ubicuo que hundió el World Trade Center, que bombardeó Afganistán, que causa y festeja los negociados bancarios en Ecuador, la bancarrota argentina o las mutilaciones masivas en Sierra Leona. Hoy ya no se enfrentan naciones contra imperios, países contra países, partidos contra partidos, hoy se enfrenta la sociedad y la vida contra la lógica virtual, mortífera y demente de una acumulación y concentración de “utilidades” que no tiene otro objetivo que la reproducción de las mismas.
La arquitectura y el urbanismo en este nuevo contexto ya no siguen siendo únicamente las obras públicas o privadas tradicionales, están además los nuevos fetiches globales, elementos que fuera del “natural” valor de uso simbólico que le otorgaba la vieja ideología neocolonial, hoy representan los valores de las inversiones privadas que debido a su lógica interna solo traslucen ausencia de vida, represión, banalidad y desprecio. Con estos nuevos iconos, la globalización quiere que nos sintamos bien, ¿por qué no?, al fin o al cabo contamos con los mismos servicios y letreros que anuncian las mismas mercancías en la Coral Avenue, en la vía Veneto o en el Paseo de la Castellana. Es el desarrollo.

5. El paso dado por los grupos dominantes de la costa ecuatoriana desde su abierto pro imperialismo a la aceptación del nuevo orden global, ha permitido la consolidación de las facciones políticas que, amparadas en etiquetas religiosas o socapados por el nombre de caudillos mesiánicos, continúan medrando en los poderes y representaciones locales. Fuerzas fascistoides por sus prejuicios, métodos y objetivos, a la hora de proyectar la configuración del espacio urbano y regional no tienen otra opción sino reproducir sus visiones conservadoras, justificar sus inversiones y hacer demagogia progresista. Los valores que propugnan y defienden marcan el nuevo paisaje urbano: en las avenidas asoman los grandes carteles con las fotografías de los delincuentes más buscados, colocan verjas y candados en las plazas y parques públicos, con el cuento de que las parejas hacen el amor allí, a vista y paciencia de los transeúntes, y para que las prostitutas y sus clientes no tengan en donde sentarse, retiran las bancas de ciertas avenidas. Prohiben usar ciertos colores en las casas populares para que no asomen tan cholas, confiscan las pinturas “degeneradas” de las exposiciones que el mismo municipio convoca..., y todo esto como parte de las curiosidades que articulan la cruzada moralizante y su gestión por privatizar el espacio y la consciencia públicos y convertirlos en el teatro donde representar el terror que el poder siente hacia lo social.

6. El urbanismo y la arquitectura de la globalización ni siquiera tienen la candidez moderna. Ya no ofrecen la felicidad y peor la libertad. Las mejores utopías lecorbuserianas, las de los neoplasticistas, o las de los constructivistas..., han terminado en manos de sus enemigos. Las inversiones se impusieron y son hechos, hechos de fuerza y de miedo. Pelotones de guardias privados, cientos de cámaras de vigilancia y alarmas, controles y garitas por doquier, televisión y fútbol. El centro comercial es el prototipo arquitectónico de estos tiempos, su forma de congelador, o de tumba, es el no-espacio por excelencia, tanto como la autopista, el paso a desnivel, el parqueadero, los bloques de departamentos o la frontera gringo mexicana en la zona de Tijuana.

7. El Malecón 2000 y el el nuevo Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC) que forma parte de ésta obra, expresan lo señalado y según se dice han sido también proyectados y construidos a dedo.
Me parece que son proyectos que han hecho tabla rasa de la historia del puerto. Para la ubicación del edificio del Museo, en nada afectó el hecho de que en ese mismo lugar haya estado la primera plaza de Guayaquil, ni para su diseño influyó la noción de la tropicalidad.
Bruno Stagno, en un libro editado con Alexander Tzonis y L. Lefaivre (Tropical Architecture, Critical Regionalism in te age of Globalization. Wiley Academy Editions, 2000), nos recuerda muy acertadamente que: ”Si algo caracteriza la vida en el trópico es poder vivir en contacto estrecho con el exterior y disfrutar de esa sensación de apertura y de naturalidad. El disfrute de esta experiencia y el buen juicio para aprovechar los recursos ambientales ha forjado en el hombre de los trópicos una sensibilidad especial que nos permite entender la tropicalidad como un auténtico modo de vida.” (Trad. nuestra.)

8. El edificio del MAAC es un híbrido que toma de lo moderno los recursos formales impositivos, del tardomoderno esos agregados hightech, esa forma purista, repetitiva, de volúmenes cerrados y, del postmoderno, ese ornamento aplicado, la ridícula metáfora de la balsa manteño huancavilca y el frustrado intento de contextualizarla en el entorno urbano. Encontramos allí, entonces, alusiones a ciertos detalles de los mejicanos Legoreta, decoraciones aplicadas con las manidas plaquitas de mármol, las ventanitas cuadradas y algunas alusiones -en pobre- a esa arquitectura que maneja la técnica, no tanto como recurso compositivo y funcional sino como ideología espectacular, de tinglado, como lenguaje predilecto de la tecnodemocracia. (No estoy en contra de las nuevas tecnologías en el diseño arquitectónico, pero éste, que podemos verlo coherente en las obras de un Behnish, un Foster, un Hopkins o un Piano, en el caso que comentamos han dado como resultado una estética de crucero para turistas aburridos.)
Las tres cajas principales denotan espectacularidad e inautenticidad: una de ellas guarda equipamientos técnicos, otra talleres, quizás la tercera obras de arte... y son iguales. En conjunto contrastan con las panorámicas de ese rico paisaje urbano que constituyen Las Peñas, las casas del cerro y la Ría.
Es que solo a nosotros puede pasarnos esto. Mientras ciudades como Bilbao o Berlín inauguran museos como el Guggengeim, de Ghery, o el Judío, de Libeskind, en Guayaquil se inaugura esta bagatela a la cual, queriendo alabarla, algún periodista que aborda los temas de arquitectura solamente con entusiasmo, le ha llamado: “balsa de hormigón”. (El Comercio, 5 de Enero del 2002.)
Y, ¡por favor! que no se nos venga con el cuento del subdesarrollo o del atraso “del país”, pues aquí como en todo lado las decisiones no son de la sociedad, sino las de los funcionales a la globalización.

9. El nuevo Malecón ha acabado con el centenario diálogo de la ciudad con el impresionante paisaje fluvial de nuestra Ría. Relación espontánea y de riquísimas alusiones que mantenían viva la memoria del puerto fluvial, es decir, la de sus habitantes. Ahora, a la Ría ya no se la ve, esta prótesis de hormigón armado y plástico nos lo impide.
Solo una ideología tecnocrática y fascista puede creer que es posible hacer una ciudad o parte de ella desde la lógica codiciosa de las inversiones y los cálculos electorales. Con dinero no se compran las esquinas evocadoras donde siempre está el amigo de la infancia, ni la ventana que capturó por amor nuestra mirada. Si las ciudades son bellas es por haber crecido desde lo indeterminado de la vida y por haber recogido en las pátinas centenarias de sus muros y calles sus más ricos e intensos momentos, sus más grandes dolores, su pequeña cotidianidad y las calladas historias mínimas, las gestas libertarias de sus ciudadanos... Lo que pasa, y este tipo de obras sirve para darnos cuenta, es que, sin el sedimento de la memoria que aviva el deseo, no somos nada.
Si no les importó la historicidad del lugar es porque tampoco les importa la memoria. Proyectar y construir sin consideración alguna con las tradiciones del puerto, sus peculiaridades antropológicas, sus potencialidades físicas, solo se explica en la medida que los cálculos de los promotores buscaban ensalzar otros valores. ¿Cuáles serán, si con el proyecto y de manera explícita se quiere erradicar el exultante y exuberante colorido montubio y cholo?
Solo queda entonces, para explicar el proyecto, recurrir a la estética de la simulación, según la cual las cosas que hacemos en el trópico valen porque se parecen a lo que se hace lejos, muy lejos, más no porque se solazan en nuestras particularidades morenas.
Paradoja o maldición, pero éste decorado que niega las posibilidades de ser a quienes más lo necesitan, es aplaudido por ellos. Y no solo eso, sino como nunca la perversidad es poca, tengo para mí que la obra causará un efecto dominó en los municipios costeños, cuyos alcaldes querrán su malecón 2000 cueste lo que cueste y así la Ría llegue después.

10. Las siluetas de Bolívar y San Martín se recortaban contra la Ría impredecible y el horizonte de mangles y pájaros de la isla Santay. Ese era el límite que la sensibilidad neoclásica de los abuelos colocó entre la ciudad y la naturaleza. De esa forma y no de otra, ellos simbolizaron su visión de la Libertad y de la Dignidad del Hombre triunfante en su aventura contra el caos. Hoy, La Rotonda ha sido descalificada. Arrancada de su lugar y de su paisaje ha perdido el carácter simbólico de límite y de emblema libertario, de hito en el tiempo de la ciudad. Rodeada con el cemento de la indiferencia, la percepción espacial del monumento está reducida a mero decorado de mall, a un objeto más de este ambiente que sustituyó al lugar.

11. Si no se quiso contratar o llamar a concurso a los arquitectos de Ecuador, los gestores del Malecón 2000 deberán explicarlo a los colegios y facultades respectivos. Si en verdad les animó las ganas de hacer el bien a la ciudad, era de esperarse la contratación del proyecto a un despacho de prestigio internacional: Ando, Foster, Gehry, Herzog-de Meuron, Hollein, Libeskind, Moneo, Siza... de tal forma que el gasto se vea compensado por lo menos con el renombre estelar de sus autores y la obra se convierta en un testigo de la arquitectura actual. Pero no. Lo encargaron a un grupo de pasantes salidos de Aguas Verdes y Chiclayo que por algún arte de calabazas tienen en su tarjeta profesional una dirección en Oxford...
No lo deseo, pero si por desgracia para nuestra costa otro fenómeno del niño se repite y se lleva toda la obra, no será una irreparable pérdida cultural y ninguna revista de arquitectura le dedicará una nota de lamento por el siniestro. Y si esto no sucede, estoy seguro que llegará una noche en que por obra de la mano creadora y recia del hombre del puerto, éste volverá a darse su beso con la Ría.

12. Escribo estas notas sobre las servilletas de un saloncito de la calle Panamá, junto a la Subdirección de Salud... El dorado frito con patacones y aguacate ha estado buenísimo. La cerveza también. Pasa la gente por encima de la cultura muerta de la cosa urbana y arquitectónica globalizadas, que al fin o al cabo solo son preludio de ruina y escombros. Pasan ellos y paso yo en la carcajada de la vida que se despliega en sus juegos con la vanidad y la nada.

Guayaquil, diciembre del 2001

Anexo a “Paseando por el Malecón 2000”:
Ratas, rateros y ratones...


El 19 de mayo pasado en el Museo de Arte Moderno de Cuenca se presentó el arq. Carlos Fernández Dávila, invitado por el CAE-Azuay para dar una conferencia sobre el Malecón 2000 en el marco del seminario El espacio público y el espíritu d la ciudad.
El ponente fue asesor al grupo empresarial que lo concibió, construyó y administra. Ahora es el encargado de su marketing.
Una voz autorizada cuyo mérito principal radicó en haber expuesto de manera transparente la ideología que inspira la obra y liga al grupo promotor en una ejemplar unidad de espíritu. Sin embargo, esto no me extrañó tanto como la dócil respuesta del auditorio conformado por más de cien arquitectos jóvenes y algunos estudiantes, quienes aceptaron las tesis del expositor y confirmaron con sus preguntas, aplausos o silencio, los valores de mismo.
A Fernández, le faltaron palabras para decir que la empresa privada es mejor que la pública, lo público, o sector estatal. En su visión, las llamadas “fuerzas vivas” que emprenden obras como el Malecón 2000, están integradas por el sector privado y sus servidores, quienes y se atribuyen la representación la sociedad entera. Ellos son “todos”, mientras que “el señor vendedor ambulante y el señor informal -que en Guayaquil son el 85%- no tienen el derecho de imponernos su ley.”
La exposición dejó en claro que el comité gestor del proyecto lo conformaron banqueros y millonarios de Guayaquil coordinados por Febres Cordero, Nebot, Chiriboga Parra, y otros de su categoría. Con razón, al venir el proyecto desde ese sector de la oligarquía guayaquileña, se concibió y se ejecutó conforme a sus intereses mercantiles y privados.
Por ejemplo, enterados con motivo de las investigaciones de mercado previas a la definición formal del conjunto de que el 80% de la población de Guayaquil no había subido jamás a ninguno de los altos edificios de las grandes pinanzas y los claros negocios, los proyectistas crearon unos miradores para sustituirle a esa mayoría su derecho sobre la propiedad enajenada, por la ficción del derecho. Enterados, de que el 85% de la población en Gualsaquì no tiene coche, ni vivienda, ni trabajo..., usaron la espectacularidad arquitectónica y urbanística para obnubilar a un pueblo que también en ésta ocasión les ha creído y hasta les aplaude.
El éxito del engaño asoma entonces como uno de los méritos más relevantes del proyecto. Con otras palabras, la manipulación exitosa de un deseo popular de cambio, permitió una vez más escamotear al pueblo de Guayaquil sus legítimos deseos de algo diferente a la realidad actual.
Quedó claro también que el Malecón 2000 es un espacio para glorificar el pasado de los gran cacao, para dar su versión de la historia, para olvidar que en Guayaquil y por ese mismísimo lugar, pasaban flotando cada 15 de Noviembre miles de cruces sobre el agua, en recuerdo a los de asesinados por el ejército y sus dueños. Porque entre las perlas que soltó el arq. Fernández, estuvo esa de que Guayaquil casi no tiene historia, entendiendo por historia solo la permanencia de los objetos a lo largo del tiempo, pero no la presencia en la conciencia y en la memoria del pueblo guayaco y la auténtica cultura costeña.
Nos enteramos por el conferencista que la democracia consiste en que el rico, el mediopelo y el pobrete, se sienten en la misma silleta de plástico para ver ballet en el Malecón 2000. Nos enteramos que la masificación inducida que lleva por carradas a la gente a dicho espacio, es también sinónimo de democracia. Nos enteramos que el gran juego inmobiliario que emprendió el Banco la Previsora y al cual se sumaron los ricos propietarios de los edificios del viejo malecón, ha sido una de las jugadas más provechosas armadas por Febres Cordero, Gómez Centurión y otros tiburones del social cristianismo. Y nos enteramos de que toda esta gente se precia de haber conseguido con la obra una segunda edición de ese milagro bíblica que habla de la multiplicación de los panes, cuando se ha constatado la multiplicación por cuatro del precio de esos grandes terrenos e inmuebles.
No lo dijo, pero es muy sintomático el abandono de las planificaciones integrales que antes emprendían los municipios en las ciudades. Con el Malecón 2000 se ha inaugurado la época de los proyectos puntuales en donde gracias a una delimitación y un cerramiento, pueden imponer la estética del bunker y del mall, con lo cual atraen y hacen rentables los negocios urbanos.
Sacar a los morenos informales del centro de Guayaquil, es la vía fascista de Febres Cordero y Nebot para regenerar la ciudad. Librarse del pueblo y retomar el control urbano para mejor realizar sus capitales y reproducir su ideología, es su meta. Lo insólito es que la limpieza étnica de la urbe montubia, es presentada como muestra del desarrollo, como símbolo de progreso y democracia, y más insólito todavía, que nadie diga nada.
El proyecto, según Fernández, no era el fin sino el pretexto para hacer negocios, deshacerse de la gente morena y montar un escenario en donde representar el fandango de los millones.
Para los promotores, la relación de la ciudad con la ría, no estaba bien, porque los morenos se habían ubicado en el Malecón y dictaban sus valores para el uso de dicho espacio. De lo que se trataba entonces, era de expulsarlos, y con la obra, de dar una nueva versión sobre cómo tiene que relacionarse la ciudad con su ría: a través de los negocios, la vigilancia de los usuarios y la apología de una supuesta modernidad.
En palabras del conferencista, el gran prestigio social del Club La Unión estaba afectado por la vecindad del Mercado Sur, pero fue solucionado en favor de los socios y a costa de los mercachifles. Dicho Mercado, según Fernández, era un sitio tomado por las ratas de todo tipo, a las cuales y gracias a Dios, ya han desalojado los emprendedores urbanistas.
Lo cultural, se dedujo de sus cultas palabras, es tratado en éste espacio de varias formas insidiosas, a saber: olvidando la importancia verdadera de la cultura guayaca, embaucando a la gente con el cuento de lo moderno, usando la cultura como recurso diversionista y espectacular, o creando los escenarios para la propaganda de la cultura global en la cual el mercado es el único dios verdadero.
Por confesión de parte sabemos ahora que la forma arquitectónica, como nunca, ha sido condicionada por la necesidad de los negocios globales. Todo se pensó, o mejor dicho se calculó. Por ejemplo, la zonificación del proyecto se la hizo para favorecer los espacios vacíos a donde esperan atraer más inversiones inmobiliarias, y el conjunto del mismo, para revalorizar las alicaídas inversiones que esa misma oligarquía tiene desde siempre en los edificios del malecón.
Lo que no se pensó ni se calculó mostró en cambio su pelada cola como elemento consustancial de la ideología capitalista global. Por ejemplo, la asepsia de la cual hace gala el nuevo ambiente, los juegos copiados de las tiendas de hamburguesas y de Dysneylandia, la evidente y ostentosa presencia de los guardias privados que garantizan el orden, no demuestran otra cosa sino que la oligarquía se ha contagiado del terror a la muerte, del terror al otro, a ese que así lo expulse de los espacios urbanos, no logra expulsarlo de su conciencia. Por eso y no por otra razón, han hecho de este ambiente una metáfora en donde se conjuran todas las referencias de ese sujeto extraño e inasible que como parte de su vitalidad, siempre alude a la muerte pero se ríe de ella.
Es este un típico caso de privatización en la cual la empresa capitalista, que es privada porque priva a la sociedad de su vida, de sus sueños, de su libertad..., se impuso de manera insolente sobre los campos de actuación pública, esto es sobre la soberanía de un Estado que tiembla cada vez que esa oligarquía erupciona, para usar la feliz expresión Alvarito Noboa Pontón.
Con el Malecón 2000, se ha inaugurado una nueva manera de ejercer el poder desde los municipios tropicales, esto es, dejar en manos de la empresa privada la administración de los espacios públicos que por derecho pertenecen a la sociedad, permitiéndose con estas empresas o proyectos, que unos pocos conviertan a los ciudadanos en cautivos de sus laberintos, y en donde, si las formas arquitectónicas no son lo suficientemente inductoras del comportamiento, sean los guardias privados quienes indiquen por donde caminar, y como..., en donde mear, y cómo..., qué mirar y de qué manera hacerlo.
Decía al comenzar esta nota que los jóvenes arquitectos que asistieron a la conferencia ratificaron con su actitud lo que Fernández dijo. Quizás porque la ingrata función de útil para los grandes negociados inmobiliarios que la oligarquía asigna al técnico, es lo que en verdad estos jóvenes quieren.
Quedó claro en medio de todo esto que el pretexto del Malecón 2000 sirvió iniciar y encubrir una racionalización urbana desde la lógica del capital en su versión más fetichista. Que la renovación urbana de Guayaquil tiene éste y no otro propósito, por más que la jerga tecnocrática que habla de los porcentajes, de la econometría, la sociometría y las encuestas, quieran tapar con una supuesta cientificidad la prosaica, mediocre y fenicia codicia. Tanto meto, tanto saco. La inversión de por lo menos de 80 millones de dólares habría estado fríamente calculada para afectar a la ciudad entera y, en ese sentido, no solo que los inversionistas se están saliendo con la suya sino que su proyecto está proyectando su fascinación perversa y rentable sobre otros municipios y bolsillos del país.
Es interesante hacer notar que nada dijo el conferencista sobre las connotaciones simbólicas del proyecto ni de cómo éste se convierte en una mecanismo de dominio por mediación de las formas urbanas y arquitectónicas. Si bien no mentó ni una palabra sobre este asunto, se explayó en cambio con una desfachatez y crudeza propias del estilo insolente de sus mentores sobre la bondad de quienes estuvieron y están detrás del Malecón 2000, cuyo enorme mérito, a juicio suyo, habría sido saltar por encima del poder público, de las exigencias democráticas en cuanto a consultas, concursos y contratación, para apropiarse de un espacio y un lugar y convertirlo en la máscara de cemento que en palabras de un connotado intelectual guayaquileño, le han puesto a la ría.
La forma, esa vieja seductora que ronda la arquitectura y los estudios de los arquitectos con insinuaciones no siempre santas, no podía faltar en esta ocasión. Mas su presencia no obedeció a interés artístico alguno, sino solo al interés, a secas. Quienes trataron con ella le pidieron que respondiera a las expectativas ideológicas de la masa, la cual quería en su ingenua esperanza de cambio, una forma moderna. Y algo de eso le dieron, pero no como realidad sino como imagen, no como verdad sino como mentira. Todo lo contrario se les dio en cambio a los grandes edificios del malecón: el jardín que no tenían, usando para ello ese concepto moderno de Le Corbu acerca de las terrazas...
A este bailongo, el Banco Central se sumó con entusiasmo: éste contribuyó con su “balsa de hormigón”, remachando con semejante vehículo anclado para siempre el carácter simbólico, iconográfico e ideologizante que tiene el Malecón 2000, para “que la gente crea que está en un espacio público y no en un mall”, como muy bien lo expresó el conferencista.
La masa de arquitectos que le escucharon atentos y le aplaudieron, quizás lo hicieron porque se miraron en el espejo de Fernández: asalariado feliz de un comité de poderosos banqueros, sin que a él le importe para nada el que estos hombres de negocios hayan hecho lo que hicieron hace muy poco tiempo con los ahorros del país.
Pero cambiando la forma de la ciudad y de la manera como se la hace en este caso, no se cambia la vida urbana, solo se la posterga y se la enajena.
El conflicto entre los proyectos y las obras de la regeneración urbana de Guayaquil, y la vida de su pueblo, se evidencia en el tratamiento al Mercado Sur de la ciudad. De este se sacó a la gente, se desarmó su estructura vetusta y se la ha sustituido por una caja de cristal desierta y silenciosa, iluminada y vigilada por guardias con perros. Pero y sobre todo, con este acto arquitectónico, se atacó a una forma cultural que obviamente no estaba en la estructura afectada por moho y el comején sino en las actividades sociales que allí se desplegaban como una forma de cultura popular tropical. Esto, ha querido ser sustituido por la muestra de Rembrandt y por las presentaciones gratuitas de ballet, en una utilización del arte con el mismo criterio de esos ganaderos que ponen música de Bethoven a sus vacas, para que den más leche.
El odio de la oligarquía al colorido vital de lo cholo, lo montubio y lo negro, de lo mestizo y lo zambo ha quedado una vez más patente en esta siembra de vientos y de dólares. El desprecio a esa cultura viva que está en el trato de nuestra gente morena, en sus gestos, palabras y acentos, en sus movimiento y su sandunga, en sus sabores y olores... en su risa, ha tratado de ser expulsado, o cuando menos ignorado.
Detrás de la cultura del desodorante y de la hamburguesa se mueve ese mismo horror a la vitalidad de los sudores que funden la piel, detrás de las inversiones y las ganancias se quiere colocar en un segundo plano la glorificación de la carne y de la vida que se sustrae a la forma arquitectónica global, pero, si bien el hormigón durará más, nada significa frente a esta vida de las gentes que un día, o la noche de un día, se llevarán en su cuerpo los sueños, la risa y lo bailado de lo que es el Guayas profundo.
Quedó claro de una vez por todas que en este proyecto, las ratas, quizás fueron desalojadas del Mercado Sur. Que los rateros, esto es los promotores, banqueros, políticos y tecnócratas que lograron semejante hazaña a cambio de... están celebrando sus ganancias, y que los ratones fascinados por los malabares dysneylandescos de los anteriores, están pagando los platos rotos con un entusiasmo digno de mejor suerte.
Los demás, bien, gracias: vivimos para contarlo.

Cuenca, 20 de mayo del 2003